Algunas reflexiones sobre los cuidados...
- Mtro. Román Fuentes Orozco
- hace 14 horas
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Román Fuentes Orozco
Hace unas semanas, asistí al taller Entre hombres también nos cuidamos: reflexiones y acciones de varones sobre los cuidados, organizado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social en coordinación con la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación. Comparto aquí algunas reflexiones sobre dicho taller.
Para organizar mis ideas, me planteé tres preguntas e intenté agrupar varios temas dentro de las tres respuestas. Cabe mencionar que el taller tuvo como asistentes sólo a varones adultos, algunos que somos padres de familia, pero la mayoría, sin hijos, entre los 25 y los 55 años, aproximadamente.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de cuidados?
De entrada, la premisa que solemos tomar es la que asocia los cuidados sólo con personas con discapacidad, con los enfermos o los desahuciados, al menos en eso pensaba yo en un primer momento, y seguramente es la idea que nos viene a todos a la mente cuando pensamos en “cuidar a alguien”. También lo asociaba, en segunda instancia, con los bebés (salvar a un neonato de la asfixia, conocer qué cosas comen los niños y cuáles son peligrosas, cambiar pañales, etc.) o, en todo caso, con el auto cuidado, que implica acciones como practicar yoga, hacer deporte, alimentarse sanamente, tener chequeos médicos frecuentes, dormir ocho horas diarias, etc.
Al conversar con los asistentes del taller en las diferentes actividades y reflexiones que tuvimos, entendí que hay muchas más situaciones en las que también los cuidados están implícitos, pero no siempre las pensamos desde esta óptica, por ejemplo, cuidar a una persona en duelo, a una persona que está luchando con una adicción, a alguien que pasa por un cuadro depresivo, a las amistades importantes y a uno mismo, pero no sólo en el sentido físico, sino también emocional.
Otra reflexión interesante respecto a esto fue que tendemos a satanizar o romantizar los cuidados, olvidando que somos humanos imperfectos y cometemos errores. Hay muchos prejuicios e ideas que nos hacen pensar de inmediato que cuidar a una persona implica sacrificio, sufrimiento, inversión de tiempo, dinero y energía, y a veces cuidar a alguien solo requiere compañía, una palabra de aliento, etc., pero, por alguna razón, a muchos varones nos cuesta mucho trabajo hacerlo. Y también puede pasar al revés, que montamos un gran espectáculo en la acción de cuidar, nos “vestimos de superhéroes” y no era para tanto, pero queremos que sepan que estábamos cuidando al abuelito, a la tía enferma, a nuestros padres… Hasta la selfie nos tomamos para que nos vean “cuidando”.
Es fundamental entender que, aunque parezca obvio, cuidar implica querer a esa persona, de forma desinteresada y cariñosa, entregarse al cuidado sin esperar nada a cambio. Pero la línea entre eso y verlo como una obligación o una moneda de cambio puede llegar a ser muy difusa, es realmente complejo de pensar y, por supuesto, en cada familia y en cada caso hay particularidades.
¿Qué factores sobre este tema no había considerado o nunca los había pensado a profundidad?
Asumir el cuidado como un favor que le hacemos a alguien o a su familia es algo que algunos hemos practicado, tal vez sin darnos cuenta, pero yo, la verdad, no lo había pensado con claridad. Esta visión de los cuidados como sacrificio, a veces con alguien que no necesariamente te es cercano, pero es tu familiar y “debes” hacerlo, hace el asunto muy complejo. Cuando cuidamos, podemos llegar a pensar que estamos haciendo un favor, y luego lo queremos “cobrar”, o nos sentimos con derecho a después pedir algo a cambio, sobre todo si fue un cuidado que implicó acciones extremas (ayudar a un anciano a ir al baño, curar heridas delicadas, dar medicamento varias veces al día y durante la noche, pasar tiempo con gente que no conoces muy bien, pernoctar en un hospital público…).
Es importante que comencemos a pensar los cuidados más allá del paternalismo o el asistencialismo y, sobre todo, mucho más allá de un favor que luego podremos cobrar (algunas personas, incluso, exigen porcentajes de herencia o bienes materiales por cuidar a la abuela o al tío). Tenemos que aprender a preguntar “¿qué necesitas?” “¿cómo puedo ayudarte?”, tanto a la persona que cuidamos como a sus familiares o personas a cargo, pero con el compromiso de hacerlo de forma desinteresada porque, si no, la acción de cuidar de forma integral pierde sentido. Es un tema por demás controversial…
A veces, sobre todo con los varones, cuando preguntamos qué se necesita o en qué se puede apoyar, sabemos que la respuesta será “nada, estoy bien, ya vete a descansar, yo puedo solo”. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo dejarnos ayudar, dejarnos cuidar? ¿Por qué nos hacemos los valientes y preferimos sufrir que recibir apoyo? Todos estos elementos tienen que ver, evidentemente, con temas de género y con la educación que hemos recibido, en la que los cuidados nunca han sido un tema que se trabaje de forma equitativa.
Otro de los factores en los que no me había detenido a pensar, es el tema de la “carga mental”, sobre todo la que llevan las mujeres, frecuentemente relacionada al hogar o a la maternidad. La “carga mental” es todo eso que no se ve, pero que, normalmente las mujeres, tienen que pensar y “cargar” para que las cosas funcionen. Aunque hoy en día hay cada vez más varones que intentamos reflexionar al respecto y transformar nuestra manera de ser papás, hermanos, amigos o hijos, también hay toda una tradición y una educación que implica mucho tiempo para poderla “desaprender”.

Un ejemplo muy claro: imaginemos a una familia que está a punto de salir de vacaciones a la playa. Los niños corriendo por aquí y por allá, no se han cambiado del todo, los sándwiches a medio terminar en la cocina y ya se hizo un poco tarde. En ese momento, el papá pregunta a su esposa: “¿a qué te ayudo?”, y espera que le digan “haz esto, haz aquello, ve a guardar no sé qué, tráeme tal cosa”. Y con eso se siente que está ayudando, que está apoyando, pero detengámonos a pensar un poco en esto, porque ¡qué fácil es recibir indicaciones sin tener qué pensarlas! Una cosa es meter a la mochila de tu hijo 27 elementos, entre juguetes, bloqueador, chanclitas, cambio de ropa, libro para dibujar, etc., y otra muy diferente es tener claro cuáles son esas 27 cosas y no olvidar ninguna. Es la mamá, normalmente, la que dejó la ropa lista para los niños, la que sabe qué sándwiches llevan mayonesa y cuáles no, la que sabe que el libro de siempre ya no le gusta al más pequeño, la que entiende que esa chamarra no es cómoda porque ahora le queda corta a la hija mayor, etc. A veces, los varones, sobre todo los que tenemos hijos pequeños, queremos limitar el cuidado a meter cosas en una mochila, esperando las indicaciones adecuadas, pero olvidamos toda esa carga mental que la mamá lleva y que hace que un hogar funcione. Ejemplos como éste, creo que todos podemos encontrar en nuestra historia personal.
¿Cuál fue, para mí, la reflexión más significativa?
Igual que en todo lo anterior, la siguiente reflexión se construyó con las aportaciones de varios asistentes, y fue para mí la más valiosa: los hombres, cuando cuidamos, solemos cargar cosas, acomodar muebles, hacer mandados, meter cosas a una mochila, hacer filas, pagos… pero nada de eso tiene carga mental si es tu esposa, tu madre o tu tía la que te lo está diciendo, y pone en tu mano la notita para que no te “hagas bolas” y vayas corriendo a “resolver” mientras ellas ofrecen cuidados más cercanos y específicos.
Los hombres solemos aprovechar ese “privilegio” de evitar la carga mental y también aprovechamos la enorme ventaja de tener que salir a hacer mandados mientras las mujeres se quedan a lidiar con lo emocional… Dentro del prejuicio o la etiqueta de que el hombre “resuelve”, muchos nos pasamos la vida en todos estos asuntos y pendientes para “resolver” y sentir que ayudamos y cuidamos, pero pasamos por alto algo fundamental: lo emocional NO SE RESUELVE, por eso le sacamos la vuelta.
En ocasiones, para muchos varones (aunque también para algunas mujeres), es más “fácil” endeudarte y salir corriendo a pagar un servicio funerario que consolar a tu primo cuando acaba de perder a su madre; es más “fácil” ir por unos tacos, preocupado porque tu hermana no ha comido, que sentarte con ella a escuchar cómo lamenta que su mejor amiga esté con aquella enfermedad terrible; es más “fácil” invitar a tu amigo por unas cervezas y hablar de fútbol que preguntarle por qué su relación de 15 años se acaba de terminar. De algún modo, los hombres preferimos cualquiera de estos mandados y cosas para “resolver” que escuchar y lidiar con los sentimientos de otros. Normalmente, esa labor se les atribuye a las mujeres. Son ellas las que, mayormente, escuchan, abrazan, consuelan, apapachan, cuidan.

Hay toda una serie de condiciones “dadas” por nuestra educación heteropatriarcal que nos han “atrofiado”, por decirlo de alguna manera, habilidades de gestión emocional que las mujeres suelen tener mucho más a la mano y más afinadas (porque no les queda, muchas veces, otra opción). Así que no queda más que seguir reflexionando y comenzar a accionar desde esa perspectiva. Mucho trabajo por hacer, personal y colectivo, para los varones. Lo que importa es enfocar el tema de los cuidados desde una nueva perspectiva, comenzando a compartir distintas acciones y cruzando las fronteras de los roles de género, para realmente involucrarnos y poder ofrecer cuidados de forma integral, cariñosa y eficiente.
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