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NUNCA APRENDERÉ MATEMÁTICAS

Christian Nelson Guillén Bermúdez


En nuestros recuerdos de las épocas escolares escuchábamos con regularidad a compañeros decir: “las matemáticas son nuestro peor enemigo”, “odio las matemáticas”, “nunca aprenderé”, “¿por qué las inventaron?”


Desde tiempos antiguos se comenzó a establecer la idea de que las matemáticas son todo un reto y que sólo algunos son capaces de comprenderlas y utilizarlas de buena forma, volviéndose un mito que hasta nuestros días sigue arraigado en la cultura escolar de las nuevas generaciones.

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Las matemáticas tienen un lugar especial dentro de la currícula escolar, es de las únicas materias, si no la única, que se encuentra en el trayecto escolar de 0 a 23 años, como lo marca la Nueva Escuela Mexicana, de una o de otra forma hay matemáticas. Si conversáramos sobre cómo esta disciplina se relaciona con cada una de las ciencias existentes, nos daríamos cuenta de la versatilidad e importancia que guarda para el desarrollo de las mismas, sin embargo, al verlas desde el enfoque de estudiantes o como padres que ayudamos a nuestros hijos a que las comprendan, perdemos la dimensión de esta característica tan importante y es entonces cuando realizamos comentarios como “cuando yo era estudiante era malísimo en las matemáticas” o “pobre mi hijo, es malo en matemáticas porque así era yo”.

 


¿Cuál es el asunto con todo lo anterior?

Cada uno de los comentarios sienta las bases de paradigmas fuertes y duraderos sobre el aprendizaje de esta ciencia tan trascendente y útil. El alumno se ve reforzado desde edades muy tempranas con ideas que, con el paso del tiempo, las hace suyas y las ejecuta a la perfección de forma inconsciente, provocando detalles en su desempeño académico. En la vida adulta pasa de ser un pensamiento a una forma de ser que genera ciclos de comentarios negativos dentro y fuera de la familia.


¿Qué pasa en la clase? 

El joven muestra falta de motivación, poca disposición a colaborar, tanto de forma individual como en equipo, resignación a obtener una mala nota, distracciones continuas de él mismo y hacia compañeros de clase, comentarios fuera de lugar hacia la materia con el fin de ocultar el verdadero sentimiento de frustración, falta de materiales de trabajo provocada por el desinterés, entre otras.


¿Quién es responsable?

Como padres, hermanos o familiares, tenemos la responsabilidad, en primera instancia como adultos y, en segunda, como formadores de nuevas generaciones, de cuidar las ideas que enviamos a nuestros jóvenes; recordemos que en estos tiempos de recompensas inmediatas, poco esfuerzo y futuros inciertos, ellos suelen tomar los caminos más fáciles, muchas veces sin lograr identificar en el horizonte las consecuencias a largo plazo, sin embargo, el principal actor de su camino es el alumno mismo y, tomando las ideas del psicólogo y pedagogo estadounidense David Ausubel, el aprendizaje significativo es responsabilidad del docente al generar las estrategias didácticas y de aprendizaje, pero es responsabilidad del alumno estar atento a su propio aprendizaje y buscar tener la atención que se requiere para lograr el significado que se proyecta.


¿Y ahora qué hacemos?

Como parte de un análisis de experiencias a continuación se enlistan puntos que ayudan a mejorar la situación:

1. ¡Tú puedes!

Motivar a nuestros alumnos o hijos resulta ser un factor que hace la diferencia, al verse capaces de afrontar un reto y encararlo les da la oportunidad de crecer internamente.

¿Es fácil? Motivar requiere de tener las palabras, expresiones y entonaciones exactas en momentos significativos, te enfrentarás a un verdadero reto que bien vale la pena tomar.


2. Estructura y seguimiento

Para que la motivación tenga un soporte y comience a dar resultados debe de estar acompañada de horarios, actividades bien definidas, presencia en el proceso. ¿A qué me refiero con esto? Un joven requiere de guía, de definir espacios y tiempos para las tareas, para estudiar, para divertirse, requiere que se esté atento a sus actividades y validar el avance en casa, tanto de conocimientos como de actitudes y el desarrollo de valores, en otras palabras, requiere de atención, tiempo y seguimiento.


3. Ser cuidadoso con los comentarios emitidos

Nuestros pequeños buscan elementos para justificar muchas de sus acciones, recordemos que están en procesos formativos, y cualquier idea que les lancemos genera un impacto en sus decisiones.


Parte de nuestro crecimiento radica en la mejora continua, o como dicen los japoneses, KAIZEN aplicado a la vida personal. Llenemos nuestras expresiones de optimismo respaldado en pensamientos de desarrollo.

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4. Atención al lado humano

En casa o en la escuela, nuestros hijos o alumnos, no dejan de ser seres, seres que requieren atención, guía y confianza, al estar cerca de ellos y mostrar interés por sus actividades y logros, esto favorece el ambiente en el que se sientan aptos para dar el siguiente paso.

Amor, respeto y disciplina son elementos muy importantes para la formación.


Como dijo Michel Houellebecq, “El ejemplo tiene más fuerza que las reglas”. Ayudemos al proceso de enseñanza y aprendizaje de nuestro hijos y jóvenes para formar ciudadanos del mundo.

 
 
 

1 comentario


braille54
hace 10 horas

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