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Crónicas de circo social

El pasado lunes 24 de noviembre, pusimos de cabeza lo ordinario e hicimos deleble lo indeleble. Todo con la ayuda del circo social. Cuando pensamos en el circo o presenciamos un show, se nos vienen a la mente malabaristas, escapistas, trapecistas y acróbatas, pero eso es solo lo que vemos en escena. Para quienes hacemos y difundimos el circo social, no nos interesa el resultado (si hacemos el mejor split o el truco más difícil), nos interesa el proceso creativo y colaborativo que hay detrás: la comunicación, la colaboración, la creatividad, el autoconocimiento, etcétera. Todas esas herramientas que construimos en colectividad no las usamos solo en la pista, sino que las llevamos a nuestro día a día.


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El circo es un conjunto de hilos que se tejen para formar una comunidad que se ayuda, se nutre y aprende entre sí. Porque sí, todos hacemos circo: desde quienes nos ayudan a montar la carpa, hasta los artistas que vemos en escena.

En la pasada experiencia en La Salle, tuvimos ejemplos perfectos que nos demostraron cómo funciona la sinergia circense. Abe, del equipo de mantenimiento, el profe Hugo y el ex alumno Leo (quien también tomó el taller) ayudaron a sostener la escalera, colocar la eslinga y acomodar el aro. Los directivos brindaron el espacio y el permiso para poder realizar el taller. Y Lin, Ángela y Leo pusieron de su parte para salir de su zona de confort, aprender nuevas técnicas y dialogar entre todos.

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Cuando iniciamos un taller de circo social, hacemos un círculo al que regresamos al final. En este círculo nos conocemos y nos presentamos, establecemos acuerdos para la clase y reflexionamos sobre el propósito de las actividades. Como el circo social se enfoca en abordar una problemática a través de las prácticas circenses, les pedí a las chicas que pensaran en alguna situación que les aquejara dentro de la escuela e identificaran la emoción que surgía a partir de esta. Para Leo, como él ya no estudia ahí, pensó en preocupaciones relacionadas con su carrera universitaria y, del mismo modo, identificó una emoción. La de Lin fue desesperación; la de Ángela, enojo; la de Leo, impotencia; y la mía, preocupación.


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Después de reflexionar y dialogar sobre nuestras situaciones y emociones, iniciamos el calentamiento: saltamos, estiramos los músculos y lubricamos las articulaciones. Desde ahí me di cuenta de que todos tienen bases muy conscientes de su movimiento, conocen su cuerpo y tienen experiencia en otras disciplinas. Cuando terminamos, hicimos un ejercicio de teatro en el que mencionábamos la frase “Se murió Chicho”. Consistía, primero, en decirla de manera neutra y, después, irle agregando emociones como tristeza, felicidad, extrañeza o enojo, pasándosela al compañero de al lado y así sucesivamente. Al inicio a todos les dio risa y se les complicó interpretar la emoción, pero luego entraron en el papel. Ángela tuvo mucha facilidad por su experiencia en teatro y nos compartió que también le da risa, pero que se sale de su zona para interpretar y expresar distintos modos. Eso me pareció muy importante y enriquecedor.


Una vez con el cuerpo listo, les enseñé la forma de subir al aro e hicimos distintas poses arriba: mujer en la luna, angelito, sirenita, Delia, Martini y piel de gato. Me sorprendió mucho que todos tuvieran facilidad para ejecutar las figuras, y es gracias a que estuvieron muy presentes y atentos a las indicaciones. También noté que son muy visuales y observan a sus compañeros para aprender de ellos. Cada uno tiene habilidades muy claras en su cuerpo. Leo, por ejemplo, tiene mucho control y fuerza, al igual que Ángela. A pesar de estar de cabeza, a una altura poco común, prestan atención y se nota la confianza que tienen en sí mismos y en su cuerpo para cuidarse. Lin también mostró mucha seguridad y fluidez; memorizó rápidamente las figuras y se atrevió a probar movimientos que suelen ser más complicados y que a la mayoría les da miedo. Vi en ellos mucha confianza, responsabilidad sobre su integridad y valentía para salirse de lo cotidiano, lo cual me llenó de satisfacción.


Realizamos una actividad que decidí nombrar “Payasear la emoción”, en la cual nos pusimos una nariz de payaso e interpretamos la emoción que elegimos al inicio. Esto con el objetivo de desahogarnos y expresarla de una forma distinta. Explorar las situaciones desde otras posibilidades nos brinda distintas maneras de sobrellevar nuestras emociones, conocernos y autorregularnos; así como lo hacemos dentro del circo, lo hacemos también fuera de él. Los payasos que vemos en los shows nos entretienen y nos hacen reír, pero incluso ellos cargan con sus propios problemas y no siempre están sonriendo. Sin embargo, tener la capacidad de “payasear” y reírnos de aquello que a veces nos aqueja también es una forma de reflexionarlo y trabajarlo. Y qué mejor si lo hacemos en colectividad y a través del circo.


Para finalizar, volvimos a hacer un círculo y regresamos al diálogo. Cada uno compartió su experiencia y sus reflexiones. Escucharlos me hizo muy feliz porque comprendí que habían entendido el objetivo del circo social. Un comentario que me gustó y que se repitió fue que perdieron el miedo a hacer el ridículo; porque sí, una regla en el circo es que tenemos que hacer el ridículo, y eso no es precisamente malo: es romper con lo cotidiano y aprender de cabeza. Agradezco a cada uno de los participantes, al espacio y a quienes ayudaron en la instalación. Todos nosotros construimos nuestro propio circo, con muchos artistas, elementos, luces y pasión. Y cada momento de nuestra vida es un show diferente.

 
 
 

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