José Francisco Hernández Morales
¿Qué podemos esperar del futuro? Es una pregunta común en diversos contextos y desde muy variadas visiones, tanto coloquiales como académicas. El hecho de que sea un cuestionamiento recurrente no lo hace sencillo de responder. Desde el punto de vista de la ecología, sin embargo, podemos aventurar algunas hipótesis que permitan arrojar algo de luz al respecto… Spoiler alert, las respuestas no son nada optimistas.
Tratemos, pues, de vislumbrar el panorama general a 35 años de distancia, del modo más objetivo posible, basados en datos geográficos, económicos, políticos y ambientales, evidencia empírica, modelos predictivos y principios ecológicos. Para poder establecer algunos lineamientos generales del futuro que nos espera, partiremos del análisis poblacional de un abejorro de las montañas de Mesoamérica (Bombus ephippiatus), considerando los reportes de 11,879 observaciones en México a lo largo de 18 años, para ser específico.
B. ephippiatus es un insecto social que se suele utilizar como indicador del estado de conservación en ecosistemas templados. A lo largo de las últimas décadas, múltiples estudios han reportado cambios en las zonas en las que se les encuentra, específicamente, sucede que sus colmenas han experimentado un movimiento altitudinal, desplazándose progresivamente hacia regiones más altas. Siempre han sido considerados insectos de altitudes medias-altas, de ahí su denominación de abejorros montañeses… Pues bien, de acuerdo con los últimos censos, han alcanzado la cima de las montañas y, de proseguir la tendencia ya mencionada, no tendrán hacia donde más subir.
Con base en los reportes de ubicación geográfica –longitud y latitud– es factible discriminar los factores climáticos que determinan su distribución y, a su vez, a partir de dichos factores, calcular su área de distribución potencial (ADP), entendida como “la zona donde existe una alta probabilidad de encontrar poblaciones estables de una especie”, ya que dicha ADP representa la superficie donde confluyen las condiciones ambientales requeridas para la subsistencia de la especie en cuestión.
Mediante un algoritmo denominado Maxent (entropía máxima), es posible cuantificar el ADP de B. ephippiatus en ≈740,000 Ha distribuidas en un patrón geográfico que claramente refleja la orografía de nuestro país: eje neovolcánico transversal, altiplano central, sierra madre y altos de Chiapas.
Bueno, en concreto, utilizamos datos de la especie para elaborar predicciones de dónde podría estar distribuida naturalmente al día de hoy… Sin embargo, esto no nos acerca a responder la pregunta inicial, para poder hacerlo, recurrimos nuevamente a Maxent y predicciones bioclimáticas basadas en niveles globales de gases invernadero a nivel atmosférico, hacia los años 2040 y 2060, denominadas representative concentration pathways (RCPs) que, en conjunto con las Shared Socio-Economic Pathways (SSPs) constituyen un marco, aceptado por la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación(UNCCD), para elaborar predicciones que permitan estimar los impactos del cambio climático.
Los resultados de las ADPs calculadas a partir de la RCP_8.5 –considerada por meteorólogos y climatólogos como la más acertada– independientemente de la SSP utilizada, predicen una disminución entre 44% y 47.8% para 2060, es decir, hacia mediados de la década de 2070 la superficie que tendrá el conjunto de factores climáticos que permitirían la supervivencia del abejorro, se habrá reducido a la mitad… ahora bien, ¿qué significa que la distribución de una especie se reduzca a la mitad? En primer lugar, extinción a nivel local en varias regiones, alteración de cadenas tróficas y patrones demográficos en especies con las que B. ephippiatus mantenga relaciones ecológicas, pérdida de servicios ambientales y diversidad funcional, es decir, un impacto negativo en todo el ecosistema.
Para el caso específico de nuestro abejorro, el panorama es aún peor –sí, aunque no lo parezca, puede ser peor–, ya que cumple importantes funciones de polinización en diversos cultivos, muchos de ellos básicos de nuestra dieta: tomate, calabaza, arroz, sorgo, trigo, manzana, por mencionar algunos; de modo que una disminución en sus poblaciones o, en el peor escenario, una extinción a nivel local en una zona productiva, ocasionarán una cascada de impactos negativos, tanto en lo económico como en lo social. Una disminución en el volumen de alimento producido que traerá como consecuencia un incremento de los precios y amenazará la soberanía alimentaria de la región.
Ante este desolador escenario, ¿qué podemos hacer? Tristemente, muy poco; si bien las SSPs representan escenarios derivados de políticas regionales y, por lo tanto, teóricamente modificables, las RCPs son tendencias globales, en pocas palabras, son irreversibles. Las evidencias observadas a raíz de la pandemia por SARS-COVID19 –entre 2020 y 2022– demostraron que los ecosistemas tienen capacidades reguladoras y de recuperación mayores a las modeladas probabilísticamente, ésa es nuestra última carta, pues los impactos relativos al cambio climático global son reales, drásticos y están a la vuelta de la esquina, nos ha tocado la ingrata “fortuna” de ser la generación que vivirá dichos panoramas.
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