El presente texto tiene la intención de exponer, de manera muy breve, algunas de las ideas fundamentales de Byung-Chul Han, un pensador alemán de origen coreano que ha venido analizando varios aspectos de nuestra vida en sociedad durante las últimas décadas.
Como premisa, hay que tener claro que vivimos en lo que muchos llaman la “era pos capitalista”, acostumbrados ya al ritmo acelerado y vertiginoso de una sociedad de consumo extremo que para Marx sería no menos que una pesadilla. Han destaca elementos que todos podemos reconocer en nuestra cotidianidad, que son “normales” en nuestro quehacer diario y que, por lo mismo, es preciso detenerse a analizar: la sobreexposición tecnológica, la hiperconectividad y la normalización de las exigencias laborales del neoliberalismo.
Para entender esto con mayor profundidad, es necesario detenernos y recordar las reflexiones de Michel Foucault,[1] filósofo francés del siglo pasado que también dedicó cientos de páginas a analizar los complejos laberintos de la vida en la sociedad occidental moderna. Foucault mencionaba, en pocas palabras, que vivimos en una “sociedad disciplinaria”, llena de reglas, normas y prohibiciones impuestas por el Estado y las instituciones, en la que lo “normal” es visto como adecuado y racional, mientras que lo “anormal” (la homosexualidad, la locura o todo lo diferente al status quo) es alejado, invisibilizado o contenido a través de algún dispositivo social de control (manicomios, cárceles, hospitales…). Los espacios que nos pueden parecer más comunes, como las escuelas o las fábricas, son también dispositivos disciplinarios, en donde todo se hace homogéneo, se estandariza y se controla (uniformes, horarios, reglamentos…).
Byung-Chul Han sostiene que el pensamiento de Foucault ya “no alcanza” para pensar la sociedad del siglo XXI, porque ahora ya no se trata de una “sociedad disciplinaria”, sino de una “sociedad del rendimiento”, que también está llena de reglas y normas, de expectativas y estándares, pero ya no necesariamente impuestas por el Estado o las instituciones, sino por nosotros mismos (y que vamos aprendiendo e interiorizando través de las redes sociales, la televisión, el cine y la música comercial, etc.). La línea divisoria entre lo normal y lo anormal que Foucault propuso se desdibuja en una sociedad “más abierta”, “más liberal” y “más open mind”, pero llena de premisas ficticias y simuladas. ¿Qué significa esto?
[1] Para entender el pensamiento de Foucault, les dejo un par de videos cortitos que resumen muy bien algunos conceptos relacionados con la filosofía de Han: https://www.youtube.com/watch?v=zZ6oQi3nzV0, https://www.youtube.com/watch?v=JE3lmIl4Hk0
Han sostiene que las instituciones como el manicomio, el hospital o la cárcel, como mecanismos de control, aunque siguen existiendo, ya no son las instancias más preocupantes, porque ya no es un tema tan urgente hablar de cómo el Estado nos puede controlar, moldear, contener o restringir. Para Han, los espacios realmente preocupantes ahora son los gimnasios, los aeropuertos, los centros comerciales… ¿Por qué? Porque en el mundo del siglo XXI ya no se necesitan fuerzas o instituciones que nos controlen, sino que los individuos nos controlamos solos, nos explotamos solos, nos restringimos a nosotros mismos…
Vamos entendiendo esto con un ejemplo concreto. A un gimnasio cada persona entra por su propia voluntad, incluso con gusto, y con un motivo bastante decoroso: mantenerse en forma, gozar de buena salud, ejercitarse. Pero, ¿qué es lo primero que se nos viene a la mente cuando pensamos en un gimnasio del siglo XXI? Gente tomándose selfies, membresías de élite, círculos sociales estrictos y cerrados, ropa y accesorios de marca, estándares de belleza inflexibles y llenos de prejuicios… Es claro que no podemos generalizar y sostener que toda la gente que va al gimnasio lo hace siguiendo lo anteriormente señalado, pero mucho de lo que se ve en redes sociales, y mucho de lo que nuestras juventudes ven y replican es esto: más que la salud y el cuidado físico, importa la imagen y el estándar estético; más que el cuidado cardiovascular o el rendimiento muscular, importa el outfit y los tenis “de marca”; más que cumplir con la rutina, importa tomarse la foto para que la comunidad entera pueda dar fe de que ese día fuimos al “gym”.
Sumado a esto, lo que Han destaca es que ya no se necesitan fábricas, manicomios o dispositivos agresivos para controlar a la población, porque la población se controla a sí misma. No es necesario que alguien te explote “desde fuera”, tú solo te explotas, eres adicto “al gym”, tal vez no al ejercicio, pero sí a la dinámica de pertenecer, de que te vean. No se necesitan grilletes para sujetarte, ahora hay relojes inteligentes y aplicaciones biomédicas “atadas” a tus muñecas, para que puedas publicar en tus redes que hoy corriste 11 kilómetros en tantos minutos. No se necesitan uniformes carcelarios para homogeneizar y controlar a las personas, ahora hay marcas de ropa deportiva que uniforman a todos (con diferentes colores y diseños, pero uniformados de cualquier modo).
Todo esto obedece, según Han, a que la sociedad contemporánea tiene un enfoque narcisista, una forma de ver el mundo en la que podemos estar rodeados de personas, pero lo que realmente importa es la “realización personal”. De entrada, realizarse, alcanzar tus metas y tener éxito no suena mal, pero hay que detenerse a pensarlo dos veces: más que realizarse personalmente, lo que el individuo busca es realizarse y que lo vean, realizarse para los demás; más que alcanzar sus metas, lo que las personas buscan es alcanzar las metas que los demás también alcanzan; más que el éxito, lo que se busca es “encajar” en los estándares establecidos, para que nos vean como “exitosos”, como felices, como “realizados”. En eso consiste pertenecer a una “sociedad del rendimiento”: trabajar duro para poder pagarte el gym, para estar a la moda, para comprarte el teléfono más novedoso, para manejar un Tesla, para asistir a la Fórmula 1, aunque te endeudes durante años. Y que no falte la selfie, preferentemente con un buen filtro, para probar que “estuviste ahí”.
Todas estas son ficciones del éxito, dice Han. Sobre todo porque estas prácticas están vinculadas, de diversas formas, al consumo y a la mercadotecnia. “Todo es mercancía, todo carece de valor real”, dice el filósofo. La explotación que Marx mencionaba y que Foucault describió ya concretizada en el siglo XX, Han la ve como una forma de auto explotación, lo que hace que el capitalismo sea más eficiente que nunca. ¿Cuántas personas conocemos que han pagado su membresía anual del gimnasio y lo visitaron durante dos o tres semanas nada más? ¿A cuántas plataformas de streaming estamos suscritos? ¿Cuántas veces nos quedamos mirando la pantalla sin saber qué rayos queremos ver?
La libertad en el siglo XXI también es una ficción. Si bien la sociedad es más abierta que nunca y existen en muchos ámbitos bastantes logros, incluso leyes, ganados en pro de la libertad, es tanta la desinformación, es tanto el consumo, es tanta la mercancía, que esa libertad se convierte en una dispersión total, en un mundo de opciones tan diversas (pero a veces tan vacías) que termina por imposibilitar una decisión real.
Somos “zombies del rendimiento y del botox”, dice Han. Todo se puede consumir, todo se puede vender, pero nada tiene valor. Todos los objetos, todas las creencias, todas las ideas… todos los likes, todos los posts y todos los reels no nos conducen, en realidad, a alcanzar el éxito personal o la satisfacción, porque no generan una empatía ni una comunicación real con las personas, sino que son refuerzos de un “yo” narcisista y ensimismado. ¿Cuántas fotos y vídeos tomamos de nuestras experiencias personales (viajes, fiestas, eventos, compras)? ¿Y de cuántas de esas situaciones tenemos un registro real y recordamos con quién estábamos, qué sentíamos en ese momento?
Somos individuos atrapados por nuestros propios estándares, trabajando y buscando pertenecer a una “sociedad del rendimiento” que nos obliga a exigirnos, a auto explotarnos. Ya no son sólo los burgueses capitalistas los que nos explotan en las fábricas y nos alienan, como auguraban Marx y Engels, ahora son las redes sociales y los estándares neoliberales los que nos llevan a ejercer una explotación que viene de nosotros mismos, y que “nos venden” como la realización de una vida exitosa y feliz. Este súper rendimiento al que muchos estamos sometidos nos conduce a estar inmersos también, dice Byung-Chul Han, en una “sociedad del cansancio”. Pero de ese concepto hablaremos en otra ocasión.
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