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Cuestiones femeninas; construcciones masculinas.

Cuestiones femeninas; construcciones masculinas. Comentario crítico sobre el concepto de “Segundo sexo”, de Simone de Beauvoir.

El siglo XVIII se distinguió por ser un “siglo filosófico” o “de las luces”, la escolástica decaía junto a la teología y el derecho primordial de la filosofía se restauraba; se podía opinar a partir de la razón y de la reflexión, los pensadores promulgaban ideas que trataban de verificar la propia realidad y la verdad. El auge filosófico que experimentaba Europa permitió abrir el pensamiento y, con esto, el contexto en el que se situaban los pensadores respecto a temas políticos, ideológicos, religiosos, artísticos, antropológicos y científicos. Esto mismo caracterizaba al racionalismo europeo, la idea de no seguir un método rígido e inclinarse al mundo de las letras y así propagar el bienestar humano, lo que luego terminó siendo positivismo y neopositivismo durante el siglo XIX, con doctrinas evolucionistas, materialistas y socialistas que negaban la metafísica y tenían la influencia de algunos principios kantianos.

Específicamente, los contextos socioeconómico y tecnológico se vieron afectados por la filosofía positivista, que buscaba la mejora de facultades y proyectos humanos. El evento que juntó todos estos principios fue la segunda Revolución Industrial, que desde 1870 hasta 1914 llevó a cabo un importante progreso industrial liderado por Francia, Alemania y Reino Unido, y que sería una causa clave de la Primera Guerra Mundial. Concretamente, para Francia, el objetivo principal era demostrar que seguía siendo una de las potencias europeas más poderosas y que era capaz de recuperar territorios perdidos en la guerra franco-prusiana. Este espíritu revolucionario francés, junto con la sociedad moderna, transformó la manera de pensar y marcó el nacimiento de una nueva época que trajo consigo a pensadoras y pensadores como Simone De Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Simone Adolphine Weil, Albert Camus, Michel Foucault, entre otros.

Particularmente, Simone de Beauvoir, influenciada por el socialismo, el sufragio femenino y la literatura, criticó fuertemente a la derecha francesa y se posicionó en una postura intelectual radical: “un hombre no comienza jamás por presentarse como individuo de un determinado sexo: que él sea hombre es algo que se da por supuesto” (El segundo sexo, 1949). El ensayo más icónico escrito por De Beauvoir critica la posición de la mujer desde un estrato socio patriarcal que impide e invisibiliza su autodefinición. Los varones no necesitan presentación porque ya está predispuesta su protagonización social, y visto desde una filosofía existencialista dicha de la pensadora, en donde un concepto fundamental es la libertad; los hombres pueden definirse como individuos en el espacio y dentro de la categoría del “yo”, porque ellos sí gozan históricamente de esta libertad y han podido construir su propio concepto de identidad masculina. En cambio, la identidad femenina se empezó a definir desde el sentido de reproducción, es decir, se sabe que hay hembras y están presentes, pero aun así la feminidad es lo que está en supuesto peligro, porque el camino para convertirse mujer se cosifica hacia sí mismo y está alterado por cánones y aspiraciones sociales: cuestiones femeninas; construcciones masculinas.

La discusión de la situación y el sujeto es a lo que se refiere como lo Otro, la existencia compartida hace que nuestra definición y concepto del sujeto situado esté dominado y afectado por las circunstancias y opresiones patriarcales, además de conceptos biológicos y sociales. Esto mismo impide a las mujeres cuestionar la soberanía masculina, porque han vivido a partir del hombre y dependiendo de él, por ello mismo, su autonomía se ve disminuida. Los cuestionamientos históricos hacia la violencia sistémica patriarcal han surgido a base de rompimientos de estructuras para conseguir una libertad que no específicamente tenga como meta un logro, sino que el sujeto deje de ser “para sí” y se convierta “en sí”. Con esto se rompe la resistencia de las entidades inmutablemente fijas y se trata de cuestionar cada imposición social a la mujer; porque el dilema de la libertad humana suele ser, por sí mismo, ya un problema existencial del hombre. Son ellos, los varones, quienes reproducen estas limitaciones, basándose en esencias fijas que preceden antes de la existencia o, como señala la dialéctica hegeliana, con una oposición entre dos elementos mediante un proceso de negación, en el que se intenta construir la consciencia misma; todo esto genera una doble carga para la mujer, que hace que no se reconozca hacia sí misma como sujeto y no actúe como tal.

Para Beauvoir, y desde su existencialismo, no hay razón para categorizar a las identidades como “lo Otro”, ya que la animalidad, como mencionaba ella, es la relación de características como la muerte y la necesidad mutua, por lo que fenomenológicamente hombres y mujeres son iguales.

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