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Para qué sirven las palabras

Actualizado: 28 feb 2023




Dar nombre a lo que sabemos que está y no está; designar objetos, cosas, eso que invade la realidad visible y la inteligible; aludir a los componentes vagos de una interioridad emocional, o más riesgoso aún, a los resguardos de la memoria con que la mente elabora sus acertijos; llamar de algún modo a lo que intuimos y; a modo de moneda de cambio cotidiana permutar monosílabos, obviedades, frases hechas, lugares comunes, los básicos y los necesarios para dar la vuelta a la manivela del engranaje social.


Y qué más se puede hacer con las palabras. Se puede trastocar la rutina, sorprender al automatismo, jugar con lo previsible para ponerlo de cabeza y ahondar en eso que llamamos realidad (la de cada uno y la compartida).


Suelto una palabra venida de no sé dónde (lo cual no importa) y evoco textura, matiz y circunstancia, la coloco en otra acepción y me encuentro de manos a boca con otro escenario, o con una incógnita, o las palabras de otros, o con las ganas de romperle la causa y la etimología (la arbitrariedad del lenguaje) y llamarle al pan reloj le falta sal a este reloj. Y ahora no recuerdo en qué cuento el protagonista les cambiaba el título a las cosas y que, al igual que yo, olvidaba de un día para otro cómo las había nombrado y se hacía un enredo en el que ya no cabía otro pez en la red.


Y aun siguiendo la normativa de la RAE, escribo imperdible y veo la prenda otear desde su lugar privilegiado a las hormigas, las observa y aprovecha el deambular del aire para dibujar, con su punta de lienzo, el mapa de trabajo de la colonia; presencio el accidente que deja al descubierto la rotura del abrigo y el disimulo de quien intenta cubrirla. Todo por una palabra que llegó así, como del viento.


El asunto es que estos semi laberintos de ocio se extienden para abarcar otras encrucijadas y suplantar a la rutina, al cansancio, al tedio, a la obligación y a los deberes, y buscar, como al anillo en la arena, el valor de lo que permanece oculto a los que les alcanza con palabras como monedas de cambio.


En qué triste situación están esas palabras, de tanto decirlas con tan pobre intención suenan agrietadas, les falta el aprecio y el valor de algún renegado de la economía de mercado. Cuando entran en los ductos de la costumbre suelen ser expulsadas sin afanes ni alma, diciendo solo que al pan pan y al vino vino.


Hagamos una huelga de palabras vanas, de las que se dicen por decir, de monedas de cambio, y hagamos un silencio que colme el hueco tan común entre el pensamiento y el placer de las palabras.



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