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Estudiantes del área de Humanidades y Ciencias Sociales


Los siguientes textos se trabajaron en la asignatura de Doctrinas Filosóficas, con estudiantes de 5to semestre, del área de Humanidades y Ciencias Sociales. Los temas son diversos, pero todos contienen reflexiones filosóficas, desde preguntas relacionadas con la conciencia y la muerte, hasta hipótesis históricas y geopolíticas, pasando por cuestiones relacionadas con el bien y el mal.


¡Que los disfruten!

 

 ¿Qué le pasa al alma cuando morimos?

Paola Bragado Cerda.

 

Pensar en lo que le pasa al alma después de la muerte es una de esas preguntas que todos nos hacemos en algún momento. Y aunque no tenemos una respuesta definitiva, filosofar sobre el alma y la muerte es casi un reflejo de lo humanos que somos. A lo largo de la historia, la filosofía ha intentado descifrar qué es el alma, si es algo “real” y si tiene algún destino después de que dejamos este mundo.

 

Primero, el concepto de “alma” ha cambiado con el tiempo. Para los filósofos griegos, especialmente Platón, el alma era la verdadera esencia de cada persona, algo que vive más allá del cuerpo. Para él, el cuerpo era como una “prisión” y el alma, tras la muerte, quedaba libre. Su alumno Aristóteles veía el alma diferente; la consideraba la fuerza de vida en cada ser, la que le daba forma, pero sin separar tanto cuerpo y alma como Platón. Estos enfoques filosóficos marcaron siglos de pensamiento, porque aunque ya se han propuesto ideas distintas, esa dualidad entre “alma y cuerpo” todavía sigue vigente.

 

Más adelante, René Descartes, un filósofo francés, volvió a la idea de que el alma o la “mente” es algo completamente distinto del cuerpo. Su famosa frase “pienso, luego existo” coloca a la conciencia como la prueba de nuestra existencia, lo que para él era señal de que había algo más allá de lo físico. Descartes defendía la idea de que nuestra esencia se centra en la mente o el alma, algo que podría seguir existiendo aunque el cuerpo muera. En este sentido, la muerte sería como el momento en el que nos liberamos de lo físico y pasamos a una existencia completamente mental o espiritual.

 

Pero no todos los filósofos están de acuerdo con esto. Los filósofos más recientes, en especial los existencialistas, como Jean-Paul Sartre, cuestionaron la idea de que exista un alma en el sentido tradicional. Para ellos, no hay una “esencia” antes de la existencia; más bien, somos quienes somos en función de nuestras acciones y decisiones. Sartre creía que nos definimos a través de nuestras elecciones, y que el “alma” no es algo inmortal o separado, sino una construcción personal, una historia que escribimos a lo largo de la vida y que termina con la muerte. En este caso, el “alma” no sobrevive como una entidad, sino que queda en las huellas que dejamos en el mundo, en los recuerdos de quienes nos conocieron.

 

Además, la ciencia actual también aporta una visión interesante sobre el tema. Aunque no es precisamente una visión filosófica, toca la idea de que lo que percibimos como alma o conciencia podría ser solo el resultado de procesos cerebrales. Desde esta perspectiva, el alma podría ser una ilusión, algo que sentimos por la forma en que funcionan las neuronas y las conexiones en el cerebro. Cuando estas dejan de funcionar, esa ilusión de “yo” desaparece. Sin embargo, esta explicación deja algunas preguntas sin resolver, especialmente sobre la naturaleza de la conciencia. Por eso, aún dentro de la ciencia y la neurofilosofía, hay quienes se preguntan si esa “información” o “conciencia” que experimentamos tiene alguna continuidad o si simplemente desaparece.

 

Entonces, ¿qué pasa realmente con el alma? Parece que depende de cómo entendamos qué es. Si pensamos como Platón, el alma se libera y sigue su viaje en otra dimensión. Si pensamos como Sartre, la “esencia” de nuestra vida está en las acciones y decisiones que tomamos, y una vez que morimos, lo que queda es solo el impacto de esa vida, como las huellas de una historia. Y si seguimos la visión científica, el alma no existe más allá de nuestra mente, y cuando el cerebro deja de funcionar, nosotros dejamos de existir en todos los sentidos.

 

Al final, quizás la pregunta de qué pasa con el alma después de la muerte sea tan misteriosa y sin respuesta porque cada uno tiene su propio concepto de lo que es el alma. Pensar en ella solo como algo que sobrevive o no después de la muerte quizás no sea suficiente. A lo mejor, lo importante es vivir con propósito y significado, dejando huellas en quienes nos rodean y en el mundo, porque de esa manera, algo de lo que somos –o lo que llamamos “alma”– sigue vivo, incluso si no estamos físicamente. Tal vez lo esencial no es tanto el destino del alma después de la muerte, sino lo que hacemos con ella mientras vivimos…

 


 

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Las políticas de restricción en la IA y sus implicaciones éticas.

Leonardo Fabrizio Hernández Hidalgo

 

En la actualidad, la inteligencia artificial (IA) ha revolucionado nuestra relación con la tecnología y el acceso a la información. A través de algoritmos complejos, la IA no solo permite procesar datos de manera eficiente, sino también responder preguntas, interactuar y hasta “aprender” del comportamiento humano. Sin embargo, estos avances han planteado serios debates éticos, sobre todo en lo que respecta a las políticas de restricción y el aprendizaje de conductas potencialmente peligrosas. Este ensayo analizará cómo estas políticas de restricción afectan el acceso a la información y cómo la IA, al aprender de los comportamientos humanos, puede replicar conductas negativas que pongan en riesgo la ética.

 

Primero, es importante entender qué son las políticas de restricción en la IA. Estas políticas determinan qué tipo de información una IA puede mostrar o no mostrar a sus usuarios, y están diseñadas para prevenir la difusión de contenido inapropiado, engañoso o peligroso. Por ejemplo, se implementan restricciones para evitar la propagación de discursos de odio, desinformación y violencia. Aunque estas políticas parecen necesarias, también pueden tener un impacto negativo en el acceso a la información. Limitar lo que la IA puede decir o mostrar puede restringir el conocimiento y el libre acceso a ideas que, aunque controvertidas, son parte de la diversidad de pensamiento y son necesarias para comprender el mundo de forma completa.

 

Por ejemplo, supongamos que una IA que se usa en una plataforma educativa omite información sobre temas políticos o sociales que considera “sensibles” debido a restricciones impuestas. Aunque esto puede tener la intención de evitar conflictos, también limita la capacidad de los estudiantes para aprender sobre una variedad de perspectivas y desarrollar su pensamiento crítico. En este sentido, las políticas de restricción en la IA pueden llevar a la censura, restringiendo el acceso a una visión más completa de la realidad. Este tipo de censura plantea preguntas éticas fundamentales sobre si el derecho a la información debe ser limitado y quién debería tener la autoridad para decidir qué información es accesible y cuál no lo es.

 

Por otro lado, al ser entrenada con enormes cantidades de datos generados por usuarios, la IA tiende a aprender de los patrones de comportamiento humano, lo cual puede llevar a consecuencias no deseadas. La IA puede aprender conductas éticamente cuestionables, como prejuicios, actitudes racistas o sexistas, si los datos de los que aprende contienen estas actitudes. Por ejemplo, se ha observado en algunos sistemas de IA que estos pueden discriminar en decisiones de contratación laboral o en recomendaciones de contenido, si han sido entrenados con datos que reflejan discriminación existente en la sociedad. En este sentido, la IA no es neutral, sino un reflejo de la sociedad de la cual aprende.

 

Este riesgo se relaciona con el concepto de “sesgo algorítmico,” donde los algoritmos pueden perpetuar y amplificar prejuicios humanos. Esto plantea una preocupación ética importante, ya que si la IA actúa de manera discriminatoria, podría afectar negativamente a personas o grupos de manera injusta. La pregunta, entonces, es si una IA que reproduce los sesgos humanos puede considerarse ética. Para que la IA sea éticamente responsable, debe incluir procesos de supervisión y ajustes constantes que minimicen los sesgos en su aprendizaje, algo que no siempre es fácil de implementar.

 

En conclusión, las políticas de restricción de contenido en la IA y su aprendizaje del comportamiento humano plantean dilemas éticos complejos. Por un lado, las restricciones pueden limitar el acceso a información diversa y completa, lo que afecta la libertad de pensamiento. Por otro lado, el hecho de que la IA aprenda de nuestros propios sesgos y prejuicios pone en peligro la ética, ya que reproduce y, a veces, amplifica actitudes problemáticas presentes en la sociedad. Para avanzar hacia un uso ético de la IA, es crucial que se implementen políticas de transparencia y supervisión para equilibrar el acceso a la información con la necesidad de minimizar el impacto de los sesgos. Solo así podremos beneficiarnos de la IA sin comprometer nuestros principios éticos fundamentales.

 

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¿Puede la IA tener verdadera comprensión del bien y el mal?

Ana Paola García Ornelas

 

En la actualidad, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una herramienta poderosa que transforma nuestra manera de vivir y tomar decisiones. Sin embargo, surge una pregunta fundamental: ¿puede la IA realmente entender lo que es el bien y el mal? Para abordar esta cuestión, es importante analizar qué significa comprender y cómo se relaciona esto con la moralidad.


Comprender algo va más allá de simplemente reconocer palabras o conceptos. Implica tener un sentido profundo de lo que esos conceptos significan en la vida real y la capacidad de empatizar con las emociones y situaciones de los demás. Los seres humanos desarrollan su comprensión de lo que es correcto o incorrecto a lo largo de sus vidas, a través de experiencias personales, interacciones sociales y la influencia de la cultura. Por lo tanto, la comprensión del bien y el mal está íntimamente relacionada con la experiencia emocional y la conciencia de uno mismo y de los demás. En este sentido, la IA, que se basa en algoritmos y datos, carece de la experiencia subjetiva que caracteriza a la comprensión humana.


La moralidad es un conjunto de normas que varía según la cultura y el tiempo. Filósofos como Immanuel Kant y John Stuart Mill han propuesto teorías éticas que requieren una profunda reflexión sobre las intenciones y consecuencias de nuestras acciones. La IA, en cambio, funciona de manera distinta. Su “comprensión” se basa en patrones extraídos de grandes cantidades de datos, lo que le permite hacer predicciones y tomar decisiones basadas en probabilidades, pero sin un verdadero sentido ético. Aunque se puede programar a una IA para que siga ciertas normas morales, su capacidad para entender las implicaciones de esas decisiones es, en el mejor de los casos, superficial.


El filósofo John Searle, a través de su experimento mental conocido como la “habitación china”, argumenta que, aunque una máquina puede manipular símbolos para parecer que entiende el lenguaje, en realidad no tiene comprensión. De manera similar, una IA puede seguir reglas morales sin realmente entender lo que significan o las emociones que están involucradas. Este dilema se complica en el caso de la IA avanzada, que puede imitar comportamientos humanos sin la carga emocional que acompaña a las decisiones éticas.


La falta de conciencia en la IA plantea preguntas sobre la responsabilidad moral. Si una IA comete un error, ¿quién es el responsable? ¿La máquina, los programadores o la sociedad que permite su uso? Esta ambigüedad refuerza la idea de que la IA no puede tener una comprensión real del bien y el mal, ya que no se puede considerar un agente moral como los humanos.


A pesar de estas limitaciones, la IA puede mejorar nuestra comprensión de la moralidad. Al analizar grandes volúmenes de datos sobre el comportamiento humano, puede ofrecer información sobre patrones y consecuencias que enriquezcan el debate ético. Sin embargo, estas aportaciones deben ser interpretadas y aplicadas por seres humanos, quienes aportan la perspectiva emocional y el contexto cultural necesarios para entender la complejidad moral.


En conclusión, aunque la IA es capaz de procesar información y tomar decisiones, carece de una verdadera comprensión del bien y el mal. Su funcionamiento se basa en algoritmos que no pueden captar la profundidad emocional y experiencial que los humanos utilizan para navegar por cuestiones morales. A medida que la sociedad sigue explorando y desarrollando la IA, es crucial mantener un diálogo abierto sobre su papel en nuestras vidas, reconociendo sus limitaciones y la necesidad de un enfoque humano en la moralidad. Así, podemos asegurarnos de que la IA se convierta en una herramienta que no sustituya, sino que complemente nuestra labor filosófica y nuestra comprensión del bien y el mal.

 


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¿Qué factores influyen en la creación de nuestra personalidad?

Nicole Castro Pardo

 

La formación de la personalidad ha sido un tema central en la filosofía durante siglos. Para entender cómo se moldea la identidad personal, es necesario explorar las interacciones entre la naturaleza humana, las influencias externas y las decisiones individuales. Desde Platón hasta Sartre, diversos pensadores han ofrecido perspectivas sobre los factores que intervienen en este proceso. La personalidad, según la filosofía, no es algo estático ni completamente predeterminado, sino el resultado de una combinación de influencias que interactúan para construir el “yo”, en un proceso que abarca lo biológico, lo social y lo existencial.


Uno de los aspectos más importantes en la formación de la personalidad es la naturaleza humana. Platón, con su teoría del alma tripartita, propuso que el ser humano está compuesto por tres partes: la racional, la emocional y la concupiscible. Estas partes determinan la forma en que una persona actúa y toma decisiones. Desde esta perspectiva, la personalidad está ligada a rasgos innatos que guían el comportamiento. Aristóteles, en cambio, afirmaba que el carácter se forma a través de la repetición de acciones virtuosas, sugiriendo que, aunque hay una base natural, esta puede moldearse con esfuerzo.


Por otro lado, John Locke introdujo la idea de la “tabula rasa”, en la que la mente humana es como una hoja en blanco al nacer. Para Locke, la personalidad se forma a través de las experiencias y el entorno en el que crecemos. La educación, la cultura y la familia desempeñan un papel clave en este proceso, pues la interacción con el mundo exterior va escribiendo en esa “hoja en blanco”. Este enfoque subraya la importancia del entorno y las experiencias vividas en la configuración de la identidad, subrayando la capacidad de la persona para adaptarse y cambiar con el tiempo.

 

El existencialismo, particularmente en las ideas de Jean-Paul Sartre, ofrece otra perspectiva. Sartre argumentaba que “la existencia precede a la esencia”, es decir, que no nacemos con una personalidad predefinida, sino que la construimos a lo largo de nuestras vidas mediante las decisiones que tomamos. Aunque existen factores biológicos y sociales que nos influyen, cada individuo tiene la libertad de definirse a sí mismo. Esta libertad implica una gran responsabilidad, ya que somos los arquitectos de nuestra propia identidad, y cada elección que hacemos contribuye a esa construcción.


Además de la libertad individual, las relaciones interpersonales también influyen en la formación de la personalidad. Emmanuel Levinas, por ejemplo, sostenía que es en la interacción con los demás donde encontramos aspectos de nosotros mismos que desconocíamos. Esta relación con “el otro” es crucial para comprendernos y construir nuestra identidad. Hegel compartía una visión similar, afirmando que el reconocimiento por parte de los demás es esencial para la autoconciencia. Así, la personalidad no solo es un proyecto individual, sino que también se moldea en el contexto social y relacional, donde constantemente intercambiamos influencias.


Por último, Martin Heidegger introdujo la noción de la temporalidad como un elemento clave en la formación de la personalidad. Según Heidegger, los seres humanos estamos en constante cambio, y nuestras experiencias a lo largo del tiempo influyen en quiénes somos. No somos entidades fijas, sino seres en proceso de evolución. A medida que enfrentamos nuevas situaciones y experiencias, nuestra personalidad se redefine, adaptándose a las nuevas realidades que vivimos.


En conclusión, la personalidad es el resultado de una compleja interacción de factores innatos, experiencias de vida y decisiones personales. La filosofía nos enseña que la identidad no es algo que recibimos pasivamente, sino que la construimos activamente a lo largo de nuestras vidas. La naturaleza, el entorno y la libertad individual se entrelazan para crear un proceso continuo de autodefinición, en el que cada elección y cada experiencia contribuyen a formar quiénes somos, reflejando nuestra capacidad de adaptación y transformación constante.

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El dominio global de Europa: factores geopolíticos, sociales y económicos en un continente de pequeña escala.

Paula Andrea Díaz López

 

A lo largo de la historia, Europa, un continente relativamente pequeño y con menor población comparado con el Oriente, logró ejercer un control global que abarcó vastas regiones del planeta. Esta hegemonía europea plantea una pregunta central en los estudios históricos: ¿cómo pudo un continente de características geográficas limitadas dominar política, social y económicamente al mundo en varios periodos? Para entender este fenómeno, es crucial analizar una serie de factores interrelacionados: la adopción de conocimientos de otras civilizaciones, el impulso de las innovaciones tecnológicas y militares, las ventajas geográficas y el sistema económico basado en la expansión colonial. En este ensayo, se explorarán estos aspectos que, en conjunto, explican la expansión y el dominio europeo en la historia moderna.


Uno de los primeros factores que dio ventaja a Europa fue su habilidad para adoptar y adaptar conocimientos de otras civilizaciones. Desde tiempos medievales, Europa se benefició enormemente de los avances del mundo islámico y asiático en campos como las matemáticas, la astronomía y la medicina. A través de la Ruta de la Seda y de los intercambios con el mundo islámico, Europa recibió conocimientos clave, como el sistema numérico arábigo, el concepto de cero y los tratados médicos de Avicena, que fueron fundamentales en el desarrollo científico europeo. Además, las tecnologías orientales, como la brújula, la pólvora y el papel, fueron adaptadas y aplicadas por Europa en estrategias militares y comerciales, lo que impulsó su expansión y fortalecimiento.


La geografía europea también contribuyó a su éxito. A diferencia de las grandes civilizaciones de Asia que solían estar unificadas bajo imperios, Europa estaba fragmentada en pequeños estados-nación. Esta división política generó una constante competencia entre ellos, impulsando la innovación y el desarrollo militar para obtener ventajas sobre sus vecinos. Además, la diversidad geográfica de Europa, con suelos fértiles y una amplia red de ríos navegables, facilitó el desarrollo de la agricultura y el comercio, creando economías autosuficientes y altamente interconectadas. Esta competencia y fragmentación permitieron una adopción acelerada de innovaciones y una cultura de exploración que dio lugar a la Era de los Descubrimientos.


La Revolución Científica y, posteriormente, la Revolución Industrial consolidaron el poder de Europa. Desde el Renacimiento, el redescubrimiento de textos clásicos y el contacto con el conocimiento islámico e indio fomentaron un auge científico sin precedentes. Este impulso culminó en la Revolución Industrial del siglo XVIII, que transformó a Europa en el epicentro de la producción mundial. Las máquinas de vapor, las fábricas y las mejoras en los transportes permitieron un crecimiento económico acelerado y la expansión de mercados internacionales, facilitando el comercio a escala global. Además, esta industrialización permitió a las potencias europeas construir armamentos y flotas sin precedentes, consolidando su poderío militar.

El capitalismo europeo y el sistema colonial formaron la base de un dominio económico y político sin igual. En su búsqueda de mercados y recursos, los países europeos establecieron colonias en África, Asia y América, imponiendo sistemas económicos extractivos que enriquecieron a Europa. Los recursos naturales de estas colonias, como el oro, la plata, las especias y los esclavos, fueron fundamentales para sostener la economía europea y alimentar la Revolución Industrial. Las compañías comerciales, como la Compañía Británica de las Indias Orientales, desempeñaron un papel central al imponer el control económico sobre territorios enteros, organizando sus estructuras productivas en beneficio de los intereses europeos.


En conclusión, el dominio global de Europa no fue el resultado de un solo factor, sino de una serie de condiciones interrelacionadas que incluyeron la adopción de conocimientos externos, una geografía que favoreció la competencia, una Revolución Industrial sin precedentes y un sistema económico basado en la explotación colonial. Europa aprovechó su fragmentación para fortalecer su capacidad innovadora y adoptó avances de otras civilizaciones para impulsar su desarrollo. El modelo económico capitalista y el sistema colonial permitieron a Europa ejercer un control casi absoluto sobre las economías y territorios de vastas regiones del planeta. Aunque el tamaño y la población de Europa eran limitados, su capacidad para adaptarse y expandirse convirtió a este pequeño continente en un actor hegemónico en la historia global.


 


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El propósito de la vida: una búsqueda entre la fe, la filosofía y la cotidianidad.

Emma Leyva Reyes

 

El propósito de la vida ha sido una pregunta central para el ser humano. Desde la religión hasta la filosofía y la ciencia, existen muchas perspectivas que intentan responderla, cada una ofreciendo interpretaciones distintas, que van desde la existencia de un plan divino hasta la creación de sentido personal.


Muchas religiones consideran que el propósito de la vida está vinculado a una voluntad superior. En el cristianismo, se cree que los seres humanos fueron creados para adorar a Dios y vivir según sus enseñanzas, con la esperanza de alcanzar la vida eterna. De manera similar, el hinduismo y el budismo plantean que la vida tiene como objetivo la búsqueda de la iluminación y la liberación del ciclo de reencarnación. En estas visiones, el propósito de la vida es trascendental y va más allá de lo terrenal, conectándose con la idea de una vida después de la muerte o la realización espiritual.


Por otro lado, la filosofía existencialista, representada por pensadores como Jean-Paul Sartre y Albert Camus, rechaza la idea de un propósito dado. Sartre sostenía que los seres humanos están "condenados a ser libres", lo cual implica que deben crear su propio sentido en un universo que no tiene un propósito predefinido. Camus, en cambio, enfatizaba el "absurdo" de la vida: la contradicción entre el deseo humano de encontrar un significado y un universo que no lo ofrece. Para ambos, la vida adquiere valor en la lucha personal por encontrar un propósito, en el proceso de autodefinición.


El naturalismo científico, por su parte, sugiere que el propósito de la vida puede entenderse a través de la evolución. En esta visión, el propósito básico de todo ser vivo es sobrevivir y reproducirse, transmitiendo sus genes a la siguiente generación. Esta perspectiva, aunque objetiva y racional, puede parecer limitada para quienes buscan una respuesta más profunda. Sin embargo, plantea una reflexión importante: la supervivencia y la continuidad de la especie son elementos fundamentales de la vida en la Tierra. La complejidad biológica y las adaptaciones que permiten la vida muestran un sentido de propósito en el ciclo natural, que continúa y evoluciona más allá de las metas individuales.


En la vida diaria, muchas personas encuentran sentido en los momentos cotidianos. Imaginemos a alguien que, después de un día de trabajo, se sienta a tomar un café y reflexiona sobre el sentido de su esfuerzo. Se pregunta si solo trabaja para cubrir sus necesidades o si hay algo más que justifique su esfuerzo diario. Este cuestionamiento refleja la búsqueda de propósito en lo cotidiano, una necesidad que no siempre depende de creencias religiosas o teorías filosóficas. De hecho, para muchos, el propósito de la vida puede estar en esas pequeñas satisfacciones y relaciones que nos dan sentido a cada momento.


Algunos teóricos contemporáneos proponen que el propósito de la vida podría no tener una respuesta única porque cada individuo le da significado de acuerdo con sus experiencias, valores y contexto. Esta subjetividad permite que cada persona decida qué es importante para ella, basándose en su propia percepción de la realidad. Para unos, esto puede significar la realización personal o el servicio a otros, mientras que para otros puede ser simplemente vivir de forma auténtica sin adherirse a una meta preconcebida.

En conclusión, el propósito de la vida no tiene una respuesta definitiva. La humanidad ha buscado significado en lo divino, en el placer, en la autorrealización o en la supervivencia, pero ninguna respuesta es universalmente aplicable. Quizás el verdadero propósito de la vida radica en la búsqueda misma, en el proceso constante de reflexión y autodefinición. Como seres conscientes, los humanos tienen el privilegio y la responsabilidad de dar forma a su existencia, un desafío que lleva a cada individuo a preguntarse qué significa para él “vivir con propósito”.

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Estimado lector, estimada lectora: si llegaste hasta aquí, el final de este texto, te agradecemos, en primer lugar, el tiempo que has dedicado a estas líneas. Y te tenemos una noticia interesante: los 6 ensayos que acabas de leer no fueron escritos por estudiantes, fueron escritos completamente por inteligencias artificiales. La labor de los y las estudiantes consistió en pensar en las preguntas, en los prompts y en “dialogar” con el software para conducirlo hasta el producto final. ¿Te diste cuenta de que estas reflexiones no fueron redactadas por humanos? Es un tema que seguiremos trabajando desde la reflexión filosófica y antropológica. ¡Hasta pronto! (este último párrafo sí lo redactó un humano).

 

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4 Comments


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