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El asco como emoción protectora de salud física y mental


El asco como emoción protectora de salud física y mental

Bárbara Muñoz-Alonso Reyes



El ser humano se ha autonombrado, con orgullo, una criatura racional, regido por los principios de la lógica ordinaria y capaz del más alto control. Parece una idea emocionante, pero si fuese del todo cierta, viviríamos con el mínimo de problemas personales y sociales; nuestra realidad es diferente y para cambiarla es conveniente aceptar que, en realidad, somos seres potencialmente emocionales.


Cuando un estímulo (un olor, un sabor, una visión, etc.) ingresa a nuestro sistema, es inicialmente procesado por estructuras subcorticales, áreas profundas del cerebro que le dan sentido a lo percibido; posteriormente, estas zonas envían proyecciones a las zonas racionales del cerebro, las zonas corticales. En este sentido, las emociones son el combustible de nuestros pensamientos racionales, haciendo de nuestro pensamiento un producto armónico entre lo emocional y lo racional.


Cotidianamente batallamos con armonizar estos dos elementos, lo que puede tener su origen en el desconocimiento de la utilidad de las emociones, pues no son meros impulsos, sino brújulas. Cada emoción tiene una función: por ejemplo, la tristeza nos invita a reflexionar y la felicidad a apreciar.


Hay una emoción un poco desconocida: el asco o también llamado disgusto. Éste, al igual que las otras emociones, es común y natural entre todos los seres humanos. Normalmente sentimos asco ante cosas en mal estado o de olores nauseabundos, pero también lo sentimos por actos desagradables de otras personas, o ante discursos plagados de falsedades.


Esto se debe a que el asco tiene un componente “nuclear”, que nos previene de consumir cosas potencialmente dañinas para el cuerpo, como la leche cortada; y tiene otro componente, el “social”, que nos aleja de situaciones o actitudes que pueden poner en peligro nuestra estabilidad psicológica.


Todos tenemos principios fundamentales, mismos que orientan nuestro quehacer e incluso la fuerza de nuestras emociones. Por ejemplo, si uno cree firmemente en el respeto y alguien ejerce violencia sobre otro, esto puede hacer aparecer en nosotros la emoción del disgusto. Así, la función principal del asco será alejarnos de aquello que rompería nuestros principios fundamentales, protegiéndonos del caos mental. Si no fuera así, entonces nada nos impediría quedarnos en situaciones contrarias a nosotros.


En resumen, las otras emociones nos permiten hacer frente a los eventos externos, reflexionando o actuando, mientras que el asco busca la protección de nuestro sentir y pensar. Habiendo comprendido esto, ¿recuerdas la última vez que te sentiste disgustado o disgustada por algo?, ahora que sabes que la brújula apunta a la protección, ¿cómo podrías salvaguardarte de aquello que te disgusta?


Si quieres explorar más a profundidad este tema, puedes consultar el artículo académico que he escrito sobre esto, aquí: https://ijisrt.com/assets/upload/files/IJISRT19DEC478.pdf





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