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Foto del escritorIván Israel Trujillo Bolaños

De Vesículas y Celdillas: Fragmento Histórico acerca del descubrimiento de las leyes de la Herencia

De Vesículas y Celdillas: Un fragmento Histórico acerca del gran descubrimiento de las leyes de la Herencia

Es usual que cuando un alumno o un estudiante recurre a los aspectos históricos sobre algún dato particular, de algún campo disciplinario científico, este sea tomado como información que se debe aprender ya sea, a través de la memorización de dicho dato o como información sin sentido, sin valorar en toda su extensión los esfuerzos y la elaboración, así como los sucesos o hechos conexos a estos “conceptos” que se debe aprender para pasar un examen o cubrir los requisitos para la entrega de una actividad o tarea escolar.


En el presente escrito, he querido poner de manifiesto algo que me pareció de relevancia histórica para entender o comprender como llegamos a obtener la sapiencia sobre las leyes que determinan y rigen la herencia, las leyes subyacentes que sustentan los caracteres presentes en los seres vivos y la transmisión de estos caracteres a las generaciones subsiguientes. Este relato es una recopilación de una lectura realizada acerca del tema, de un interesante libro ruso(1). Revisaremos en esta recopilación el contexto histórico en que se realizó este trascendental descubrimiento científico que ha permitido a la humanidad responder, en buena parte, una pregunta igualmente trascendental… ¿de dónde venimos?; esperando sea del agrado de los lectores del presente artículo y poder generar el interés de los mismos por el presente tema.


De Vesículas y Celdillas


En 1750, el académico ruso Maijaíl Lomonosov escribió la “Carta sobre la utilidad del cristal”. Igual que muchas otras de sus “cartas”, la escribió en verso. A ésta pertenecen las siguientes estrofas:


“¡Cuantos misterios nos ha descubierto el microscopio: Partículas ignoradas y finas venas de los cuerpos!”


Este sabio también usaba el microscopio. Con él no sólo estudiaba las sustancias químicas, sino también objetos biológicos.


“Por su constitución, la pequeña lombriz no menos nos asombra; Que la pesada ballena en la vorágine”


El microscopio era entonces una novedad. Pasaron casi cien años hasta que Hooke inventara un modelo mucho más perfecto que los primeros lentes de aumento. En aquel tiempo, la ciencia, igual que la vida, avanzaba lentamente, y un siglo no suponía un plazo muy grande.


Lomonosov tenía razón. Son muchos los “misterios” que el microscopio descubrió y continúa descubriendo hasta el momento. Y uno de ellos – la estructura celular de los organismos vivientes – debía haberse descubierto antes de que se aclararan las leyes de la herencia.


Si se habla de la prioridad formal, se debe señalar que el primero que vio la célula, ya en 1667, fue el propio Robert Hooke. Era asistente del conocido físico y químico inglés Robert Boyle, descubridor de la ley por desconocer la cual los alumnos del mundo reciben malas notas hasta hoy día. Es la ley de Boyle-Mariotte. Hooke construyó un microscopio con las que comenzó a examinar toda clase de cosas.


Encontró un corcho viejo y también se puso a observarlo bajo el microscopio. Que extraño… Es blando y liso, pero resulta que está compuesto de pequeñas células – celdillas. Hooke así las denominó: “Celulas”. Esa misma estructura también en especímenes vegetales: en pedacitos de zanahoria y nabo.


Sin embargo, no se produjo ningún descubrimiento grande. El joven científico sólo intentó calcular las dimensiones de las células y escribió extrañado:


“Esos poros son tan diminutos, que los átomos, en los que pensaba Epicuro, resultarían demasiado grandes para pasar a través de ellos”. Y nada más.


¿Y qué más podría escribir en aquellos tiempos? Hubieron de transcurrir casi dos siglos hasta que se llegara a la gran generalización. Muchos científicos miraban a través del microscopio y lograban observar aquí o allí, una estructura porosa o ampollar. Pero eso tampoco sucedía siempre, ni mucho menos. Eran demasiado imperfectos el microscopio y la técnica microscópica. A finales de los años 30 del siglo pasado se puso en claro que la estructura celular de los organismos vivientes era una ley. No es extraño que hayan llegado simultáneamente a esa idea varios científicos, independientemente uno del otro.


Generalmente, el honor de crear la teoría celular se atribuye a dos catedráticos alemanes: el botánico Mattias Jacob Schleiden, quien durante varios años trabajó en Rusia, y el zoólogo Theodor Schwann. Al mismo tiempo que ellos, llegó a la misma conclusión el checo Jeannes Purkynê, y un poco antes, el científico ruso Pável Gorianínov, profesor de la Academia Médico quirúrgica de San Petersburgo. En 1837, Gorianínov escribió:


“Todo lo orgánico comienza por una vesícula microscópica. Como resultado de la adhesión de nuevas vesículas, se forma el tejido celular, de una textura alveolar y porosa, con vesículas redondeadas o de textura compacta y fibrosa, con vesículas o celdillas alargadas.”


“Las vesículas que componen el tejido celular, al modificarse reiteradas veces, producen todos los tipos de tejido orgánico. La célula vegetal se distingue por la regularidad matemática de las vesículas, pero no tiene muchas variedades…”


“Las célula animal, por lo contrario, no es tan regular, pero es más variada…”


En aquellos años eran muy escasos los conocimientos en cuanto a la célula propiamente dicha. Incluso los fundadores de la teoría celular desconocían la existencia de los cromosomas(2).

Tanto los cromosomas, como las leyes de división de las células y los núcleos así también los procesos que transcurren en las células durante la fecundación, se reconocieron y estudiaron después de que Mendel hiciera su descubrimiento.


La estructura superfina de las células y la ultraestructura de los cromosomas y de otros orgánulos celulares estarían investigándose con posterioridad. En lo referente a la estructura de la célula, Gorianínov, Purkynê, Schleinden y Schwann sabían únicamente que constituía una vesícula de un líquido glutinoso (que denominaron protoplasma), rodeada de una membrana, y que contenía un núcleo. Este es el contexto en que se encontraba la ciencia en los tiempos de Mendel.


La base del trabajo de Mendel era su práctica de hibridación de las plantas. Ahora nos será difícil creerlo, pero en ese entonces, tan sólo hace dos siglos, el cruzamiento de las plantas era hasta cierto punto “la última palabra de la ciencia”.


Vivimos en un tiempo asombroso, cuando la ciencia y la técnica se desarrollan a un ritmo jamás conocido en la historia de la humanidad. Para nuestros niños contemporáneos, la pantalla de plasma, el internet y los dispositivos Smart, la computadora… son artefactos domésticos habituales. Pero mi infancia, a principios de los 80’s, la televisión a color, el teléfono fijo, entre otros, eran una maravilla. ¡Sólo había pasado más de medio siglo! Por eso no podemos dejar de asombrarnos cuando, al volver una mirada, retrospectiva a la historia de la ciencia, vimos la cantidad de tiempo que se necesitaba para aclarar cuestiones que son simplísimas según muestro punto de vista actual.


Así sucedió, en particular, con el problema de la existencia del sexo en las plantas y con el de la posibilidad de su cruzamiento. ¿Tendrían sexo las plantas?


Hace más de 300 años, la ciencia no daba una respuesta clara a esa pregunta. Aunque es verdad que los sacerdotes asirios se dedicaban a la polinización artificial de las datileras, y Plinio el Viejo (23 al 79 a.C.) escribió sobre el papel que desempeñaba el viento en la polinización, sin embargo eso no se consideraba ciencia oficial. Los científicos mantuvieron durante mucho tiempo los más diversos puntos de vista. Y así fue hasta finales del siglo XVII.


Tübingen, pequeña ciudad de Alemania, se enorgullece no sólo con sus monumentos medievales, que atraen a numerosos turistas, sino también con su jardín botánico, uno de los más antiguos de Europa. El hijo del profesor Camerarius, el joven Rodolfo Jacob, pasaba todo su tiempo libre en ese jardín.


Contemplaba las plantas exóticas y las mariposas que revoloteaban alrededor de ellas, observando como el capullo se convertía en flor y como esa flor se transformaba luego en ovario, fruto y semillas. Después fue director de este jardín y en 1694 escribió un pequeño libro titulado “Cartas sobre el sexo de las plantas”. En ese trabajo reunió datos de otros científicos y resumió los datos de sus propias observaciones. Describió detalladamente la estructura de la flor, sus órganos masculinos y femeninos, los fenómenos de la monoicosidad(3) y la dioicosidad(4). Pero lo principal del libro era que se describía detalladamente la importancia del polen para la formación de las semillas. Camerarius señaló con evidencia que sin la polinización no podían formarse semillas.


Aunque el libro estaba dedicado a las plantas, Camerarius tampoco pasó por alto el problema del sexo en los animales. Después de hacer una comparación entre los reinos animal y vegetal, llegó a la conclusión de que en cualquiera de los casos, para que se formase el embrión los productos sexuales femeninos debían encontrarse con los masculinos. Verdad es que el científico no aclaró el papel que desempañaba, en este caso, el polen o el líquido seminal. Para eso debieron transcurrir otros 200 años.


Camerarius tampoco contestó otra pregunta ¿Sería posible polinizar una planta de una especie con el polen de la de otra especie? No obstante el gran mérito del científico ya consistía en que él había planteado esta cuestión y se rompía la cabeza pensando qué podría suceder como resultado de dicha polinización, en caso de que fuera exitosa. Contestar a la pregunta no era fácil, y no sólo por causas puramente científicas. Pues si fuera posible esa polinización, entonces se impondría la conclusión de que el descendiente no se parecería a ninguno de los progenitores. Y en aquellos tiempos el mundo creía que en la Tierra existían únicamente las especies creadas por Dios desde el mismo principio….


Bibliografía

  1. Guyton, A., C., y Hall, J., E., (2001) Tratado de Fisiología Médica, McGraw-Hill Interamericana, México D.F.

  2. Lúchnik, N., (1979) Por qué me parezco a mi padre, Editorial Mir, Moscú.

 

(1) Lúchnik, N., (1979) Por qué me parezco a mi padre, Editorial Mir, Moscú.

(2) En las células eucariotas, el ADN nuclear está ensamblado en unidades estructurales específicas denominados cromosomas. Dentro de cada cromosoma el ADN está enrollado alrededor de pequeñas proteínas denominadas histonas, las cuales a su vez mantienen firmemente unidas en forma compacta por medio de otras proteínas.

(3) BOTÁNICA [planta] Que tiene las flores masculinas y femeninas en un mismo tallo.

(4) A-[planta] Que tiene las flores unisexuales en tallos y troncos separados.

B- [flor] Que, según su sexo, nace en tallos o troncos separados de una misma planta.




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