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¿Buenos y malos en la Historia?


Hace unos meses, luego de las últimas vacaciones de invierno, dimos cita a padres y madres de familia en las aulas de nuestro centro educativo para permitirles conocer de cerca nuestros respectivos estilos de enseñanza como docentes.

Como titular de la materia de Historia, y con la invaluable ayuda del profesor Román, concebimos una dinámica especial para la ocasión que consistió en lo siguiente: al frente de la clase, se proyectaban dos fichas con unos cuantos datos biográficos que correspondían a diferentes personajes históricos (ver imagen 1).




Imagen 1. Diapositivas proyectadas durante la primera fase del ejercicio.


Organizados en equipos, los participantes (estudiantes, padres y madres de familia) debían ponerse de acuerdo para responder a las preguntas planteadas en la parte superior de las diapositivas, tomando como criterios de elección la información biográfica que tenían ante sus ojos. Esta información (que yo mismo seleccioné) estaba, desde luego, sesgada. Es decir: cada ficha pretendía ofrecer una imagen excesivamente positiva o negativa sobre los personajes históricos en cuestión, con la evidente intención de sorprender a los participantes a la hora de revelar las identidades ocultas en cada una de las fichas. Así, varios equipos eligieron a Adolf Hitler como líder de su país por el noble gesto de haber adoptado un perrito, en tanto que desdeñaron al mismísimo Padre de la Patria debido a su afición a la tauromaquia y sus presuntas inclinaciones a la “vida alegre” (ver imagen 2). Esta actividad pretendía invitar a reflexionar en torno a distintas cuestiones, tarea que deseo profundizar con la redacción del presente texto.



Imagen 2. Diapositivas proyectadas durante la segunda fase del ejercicio.


Como se observa, el tradicional enfoque de la Historia como una batalla entre el bien y el mal es una simplificación bastante cuestionable. Una prueba es que incluso Hitler, el “gran villano de la historia”, llegó a dar pruebas de sensibilidad artística y humana. Como bien apuntan algunos de mis estudiantes: ¡vaya uno a saber el destino que habría tenido la humanidad (y el propio el líder de la Alemania Nazi) si Hitler no hubiese sido rechazado de la Escuela de Bellas Artes de Viena cuando era joven! (Dato curioso: sus pinturas se venden actualmente en alrededor de 130 mil euros, unos dos millones y medio de pesos mexicanos).

Además, como señaló en su momento el escritor y columnista Armando Fuentes Aguirre (2010), esta visión simplista y maniqueísta del pasado ha contribuido en buena medida a la polarización de nuestra sociedad:

el relato oficial de la historia de México ha sido una galería de estatuas marmóreas o broncíneas. Como en las películas de vaqueros, en esa mentirosa relación los héroes son perfectos, y los villanos aparecen como réprobos sin posible salvación, condenados eternamente al basurero de la Historia. Así, la Historia no ha servido para unirnos, sino para separarnos. Hispanistas contra indigenistas… Liberales contra conservadores… Revolucionarios contra reaccionarios… Increíblemente, esos absurdos y anacrónicos resentimientos perviven aún hasta hoy.

Los hechos históricos no son realidades cien por ciento objetivas, incuestionables o inertes, independientes de la mirada del observador; por el contrario, los acontecimientos del pasado se interpretan y reconstruyen de acuerdo con la particular visión y entendimiento del mundo de quien lleva a cabo dicha tarea. La Historia también responde, dicho sea de paso, a intereses particulares. Desde el profesor que desea despertar el espíritu crítico de sus estudiantes hasta el estadista que pretende redirigir el rumbo de una nación (al levantar un monumento o pronunciar un discurso, por ejemplo), pasando por el padre o la madre de familia que recurre a una anécdota personal con el fin de aconsejar a su hijo o hija, en todos los casos se evidencia un proceso de selección minuciosa de los eventos pasados para dar sentido a nuestras historias.

Las cosas no pueden ser de otra forma. Contar la historia desde un particular punto de vista es inevitable, mas no lamentable. Nadie en su sano juicio desearía (ni podría) abordar TODA la Historia. Se nos iría la vida en ello. Estamos forzados a jerarquizar el pasado, a recuperar algunos de sus fragmentos y a relegar la mayor parte de ellos. En ello radica la subjetividad y riqueza de nuestra labor.

Lo anterior no significa que tenemos licencia para falsear el pasado, cerrando los ojos ante lo que no nos conviene ver o interpretando las cosas como nos venga en gana. Se trata de asumirnos como personas complejas, portadoras de un universo sentimental interno, con nuestras respectivas filias y fobias, como decía uno de mis profesores de la universidad. Se trata de comprender que cuando volvemos la mirada hacia atrás es porque deseamos entender nuestro propio presente para saber cómo moldear nuestro futuro. No estudiamos Historia para juzgar a los muertos. Lo hacemos para comprendernos como individuos y como sociedad, y a partir de ello, construir un mundo más humano, más bello y más justo.


Fuentes:

Aguirre, A. F. (2010). La otra Historia de México: Díaz y Madero, la espada y el espíritu. México: Editorial Planeta.

Aguirre, E. (2011). Hidalgo: entre la virtud y el vicio. México: Booket México.

Chico, L. (11 de octubre de 2004). Héroes taurinos y antitaurinos de México. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/2004/10/11/053n2dep.php?printver=1&fly=

Doncel, L. (23 de noviembre de 2014). La pintura más cara de Hitler. El País. https://elpais.com/cultura/2014/11/23/actualidad/1416759253_242575.html

Hernández Luna, J. (1953). El mundo intelectual de Hidalgo. Historia Mexicana, 3(2), 157-177.

M., A. G. (25 de agosto de 2022). Los perros de Adolf Hitler. National Geographic en Español. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/perros-adolf-hitler_18263



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